domingo, 3 de febrero de 2008

MASACRE A LOS GALGOS

Hoy por cosas del destino olvidé mi bolso en Santa Olalla, así que tuvimos que regresar. No estábamos lejos, así que tampoco era para tanto. El asunto se solucionó rápidamente y de nuevo, regresamos a la carretera... Pero, cuando íbamos a salir de Santa Olalla. Nos encontramos con un pobre galgo, abandonado, en los huesos y asustado...

Estacionamos el coche, nos bajamos y lo llevamos hacia un parque, que está al lado, para evitar que se fuese hacia la carretera. Lo cercamos y llamamos a la Guardia Civil, aún sabiendo que el Seprona en estos casos se lava las manos. Ellos recogen animales que ya han sido capturados, esto es absurdo porque lo difícil es cogerlos. De lo que carecemos nosotros y cualquier ciudadano normal es de equipo para atrapar galgos y de nociones para hacerlo, que no es nada sencillo. Ya sabéis que a estos perritos les han tratado tan mal que tienen mucho miedo y no dejan que nadie se acerque. A lo lejos hemos visto a dos policías locales que, con buenas maneras y palabras han venido a decirnos que no pueden hacer nada y que llevaban viendo al galgo varios días pululando por el lugar. Como es posible ver tal sufrimiento y ser indiferente a él... ¡Qué bien funciona el autoengaño en la mayoría de los seres humanos! ¡Qué fácil es cerrar los ojos y olvidar sucesos como éste!

Al final, sólo hemos podido desistir, impotentes, frustrados, tristes, maldiciendo el país donde vivimos. Hemos conseguido llevarle hacia el campo, lejos de la carretera, y ponerle comida en un sitio cercano, aunque no sabemos si la encontrará o no ni cuánto durará su vida. La realidad es que los galgos tienen pocas oportunidades de sobrevivir, entre ellas que les ahorquen mal y no acaben con su vida o que les atropelle un coche y les deje heridos.

Los cazadores que dicen querer a sus perros, que niegan abandonarlos, que se ofenden cuando se les llama asesinos de galgos, que achacan su abandono a los gitanos que se los roban. A vosotros sólo se os puede considerar infra-seres humanos, una plaga, restos tóxicos de una educación fascista, irrespetuosa con los más débiles.

Los galgos, unos bellos animales que son la cara del sufrimiento de tantos otros en este país. La melancolía en su mirada transmite un dolor tan intenso, un sufrimiento atroz que desgarra el corazón de quienes les podemos mirar a los ojos.

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