Amparado por la tradición religiosa, el ser humano se considera todavía el rey de la creación con derecho a beneficiarse del resto de las especies del planeta. Aprovecho este Día Internacional por los Derechos de los Animales para recordar que en España se maltratan 60.000 animales en las fiestas populares y se abandonan 200.000 perros y gatos todos los años.
El galgo merece un par de líneas más, aunque sólo sea por tratarse de una raza autóctona española. Quizá por eso se les tortura con especial crueldad. A muchos de sus antiguos dueños les divierte contemplar su lenta agonía cuando ya no les sirven y deciden ahorcarles por el sistema del pianista, que consiste en dejar que las patas traseras toquen el suelo para que tengan una muerte lenta. Prefieren, a veces, atravesarles un palo en la boca, inyectarles lejía o quemarlos vivos, que es lo más frecuente para evitar la identificación y posterior denuncia. No entraré en detalles sobre el maltrato a cerdos, toros, vacas, corderos, burros, conejos, cabras, lobos, visones, zorros, osos, tigres y nuestros más cercanos simios. Todos viven situaciones atroces.
Hay desalmados que se mofan de los defensores de los animales y ridiculizan a los denunciantes con el argumento de que, tal y como está el patio de los derechos humanos (hoy también se conmemora el 60 aniversario de su Declaración Universal), no vamos a escandalizarnos porque tiren una cabra desde un campanario. Más que de emociones o afectos es una cuestión de principios.
El ultraje humano contra las demás especies desequilibra el planeta y está deteriorando nuestra salud. Seamos civilizados en defensa, al menos, de nuestros propios intereses. Si el maltrato animal tuviera muchos detractores, estoy segura de que los políticos llevarían sus mascotas a los mítines para ganar votos.
http://blogs.publico.es/todoesposible
El galgo merece un par de líneas más, aunque sólo sea por tratarse de una raza autóctona española. Quizá por eso se les tortura con especial crueldad. A muchos de sus antiguos dueños les divierte contemplar su lenta agonía cuando ya no les sirven y deciden ahorcarles por el sistema del pianista, que consiste en dejar que las patas traseras toquen el suelo para que tengan una muerte lenta. Prefieren, a veces, atravesarles un palo en la boca, inyectarles lejía o quemarlos vivos, que es lo más frecuente para evitar la identificación y posterior denuncia. No entraré en detalles sobre el maltrato a cerdos, toros, vacas, corderos, burros, conejos, cabras, lobos, visones, zorros, osos, tigres y nuestros más cercanos simios. Todos viven situaciones atroces.
Hay desalmados que se mofan de los defensores de los animales y ridiculizan a los denunciantes con el argumento de que, tal y como está el patio de los derechos humanos (hoy también se conmemora el 60 aniversario de su Declaración Universal), no vamos a escandalizarnos porque tiren una cabra desde un campanario. Más que de emociones o afectos es una cuestión de principios.
El ultraje humano contra las demás especies desequilibra el planeta y está deteriorando nuestra salud. Seamos civilizados en defensa, al menos, de nuestros propios intereses. Si el maltrato animal tuviera muchos detractores, estoy segura de que los políticos llevarían sus mascotas a los mítines para ganar votos.
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